Por Antonela Gurrieri – Militante Peronista de Jujuy

La confirmación de la condena a Cristina no es solo un hecho judicial. Es un hecho histórico, aberrante y absolutamente repudiable. Sin una pruebas, sin más delito que haber sido presidenta y haberles ganado a todos —una y otra vez— la condenan.
El mensaje está claro: si te metés con el poder real, te van a arrastrar hasta el piso. Porque la justicia argentina ya no se disfraza ni de imparcial. Se muestra tal como es: la escribanía del poder económico.

De la Rúa murió sin condena, pese a las muertes del 2001 en Plaza de Mayo.
Macri tiene más de 200 causas y nunca pasó por Comodoro Py.
Pero a Cristina la quieren presa. No por lo que hizo, sino por lo que representa.

El poder está jugando su bala de plata. Y cuando eso pasa, hay que preguntarse: ¿qué elefante nos está pasando por atrás mientras miramos el dedo y no la luna? El país empieza a desangrarse por los efectos de una motosierra que nos lastima a todos.

Ahora bien, yo no soy de las que aplauden sin pensar.
Todos saben —y lo digo sin rodeos— que tengo serias diferencias con Cristina. Su forma de conducir, su decisión de imponer a Máximo y La Cámpora como si el peronismo fuese una franquicia porteña que se impone sin preguntar nada. Su pretensión de que todos rindamos obediencia sin importar la construcción territorial, la historia de lucha o la militancia real en las provincias. Ese centralismo agotador que nos quiere arrodillados ante la palabra santa de su círculo.
Sin embargo, hay algo que no se puede negar:
¡Qué ovarios, carajo!
Poner el cuerpo así, dar la cara en un momento en que la mayoría se esconde atrás de un off the record, es de una entereza que estremece.

Y sí, como dice Rebord, estos hechos encolumnan. Pero hay que saber leerlos. Hay que saber usarlos. Hay que estar a la altura de las circunstancias.

Porque si después de esto salimos a pelearnos entre nosotros —como hizo Fernández Sagasti culpando a Axel en plena crisis— entonces, compañeras y compañeros, nos merecemos la derrota. Así de claro.
Esto no puede seguir como si nada, no puede seguir La Cámpora bajando líneas y cantitos que ya ni ellos creen.
«Si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar», decían…
La gatillaron en la cara, la van a llevar presa, y no los vi ni levantar la voz fuerte.
Siguen pretendiendo imponer sin escuchar, sin construir, sin caminar el barro.

Ya no arde con las mismas brasas de los 70. Hay que cambiar. La sociedad cambió. Hay que escuchar lo que nos dice la gente cada día, en la calle, en el mercado, en el colectivo, en las provincias.

Hay que renovar, reconocer logros, pero también admitir errores; aceptar que perdimos el eje de nuestras batallas.
Sí, le dimos muchos derechos al pueblo argentino. Le cambiamos la vida a millones de jóvenes.
Pero también dejamos de hablarle a la clase trabajadora, a esa masa que históricamente fue el corazón del peronismo.

El peronismo siempre gobernó para las mayorías.
Y aunque había que atender las urgencias de nuevas minorías —porque era urgente y justo—, hace más de una década que no representamos más al grueso del pueblo trabajador.

Es hora de volver.
Volver a ser lo que fuimos.
Volver a entender a la gente.
Volver a ser el movimiento de vanguardia que siempre fuimos, pero con cabeza nueva, con los pies en la tierra y el oído en el corazón del pueblo.

Hace 48 horas el peronismo estaba muerto. Sin alma, sin estrategia, sin calle.
Y de pronto nos dieron el electroshock que nos faltaba.
Y sí, lamentablemente tuvo que venir de la mano de una injusticia. Otra mas en nuestra historia de prescripciones, exilios y violencias.

Esto nos despertó con un golpe seco.
Ahora es nuestra responsabilidad no volver a dormirnos.