Los Corsos periqueños cerraron con un gran éxito una nueva edición que quedará en la memoria. Durante diez noches, la ciudad se transformó en una verdadera fiesta donde la Avenida Belgrano vibró al ritmo de los tambores, las comparsas y los aplausos de miles de personas que, con alegría desbordante, dieron vida al evento más esperado del año.
Desde el inicio, la ciudad respiró carnaval. Los sonidos andinos, la música que invita al baile invadieron cada rincón, creando un ambiente inconfundible que contagió a todos. Pero fueron las primeras seis noches las que marcaron el tono de las jornadas, dejando en claro que los Corsos son mucho más que un desfile: son una verdadera manifestación cultural.
Con un nivel artístico impresionante, las comparsas locales como Mama Pacha, ícono de nuestra identidad, y las escuelas de danza que deslumbraron con sus coreografías de impacto, como «Al ritmo del corazón», «Los Reyes del Sol» y «Fusión Latina», entre otras pusieron de manifiesto lo mejor de la tradición jujeña y un gran crecimiento artistico.
Y qué decir de las batucadas y murgas, como las de Barrio Jardín, La Gran Siete y Mambo Loco, entre otras, que hicieron temblar el centro y su fuerza arrolladora levantó hasta los que bostezaban de cansancio. Cada golpe de tambor fue un latido del carnaval, un pulso que se sintió en cada rincón de la ciudad. No hubo quien se quedará quieto, porque el ritmo de las batucadas no solo se escuchaba, se vivía.El último fin de semana de esta fiesta tan esperada fue, como no podía ser de otra forma, el gran broche de oro. Cuatro noches mágicas, de Viernes a Lunes, con momentos que quedarán grabados en la memoria colectiva. El sábado, la gran comparsa Ara Porá, proveniente de Corrientes, trajo consigo una explosión de energía y color que hizo que la Avenida Belgrano se llenara de una magia indescriptible.
En cada rincón de la fiesta, las danzas tradicionales mostraron su riqueza cultural. La saya, con sus movimientos singulares y sus vestuarios que narran historias de resistencia y esperanza, se robó el corazón del público. Las comparsas como Los Sambos de Corazón, Pasión Andina, La Nueva Revelación y Los Tobas Centralistas, provocaron una ovación tras otra con su despliegue de fuerza y habilidad, mientras que el público se dejaba envolver por el misterio y la belleza de cada paso.Pero el carnaval no solo brilló por su música y danza. Maracaibo, con sus enormes muñecos, Sharara, Sol Mari y Las Regalonas llenaron las noches de pura diversión y ritmo contagiante. La calle era un mar de color, un carnaval en su máxima expresión.
El Tinku también marcó su presencia, con las comparsas Tinkus Llajuas, Wistus Vida y Runakay, cuyas danzas y vestuarios multicolores fueron un canto a la cultura andina. En cada giro, en cada salto, se percibía la fuerza de la tradición, un homenaje a las raíces de nuestro pueblo. También brillo la tradicional Morenada Mixtura de America.Este carnaval no fue solo una fiesta: fue un testimonio de la identidad jujeña, de la conexión profunda entre la tierra, la cultura y su gente.
