Queridos vecinos, queridas vecinas:
Les escribo estas palabras como un ciudadano más. No hablo desde ningún cargo, ni en nombre de ninguna organización. Escribo desde la preocupación y el dolor que siento al ver lo que está pasando en nuestra ciudad, en nuestro ramal, en nuestra provincia.
En las últimas semanas, más de 250 trabajadores dentro del convenio han sido despedidos por la empresa Ledesma. A ellos se suman más de 50 trabajadores fuera del convenio. Hombres y mujeres que durante años –algunos durante décadas– dejaron su esfuerzo, su tiempo, sus fines de semana, sus feriados, sus cumpleaños, y muchas veces hasta su salud en esa empresa. Y hoy, de un día para el otro, se encuentran sin trabajo, sin respuestas, y lo que es más duro aún: en el más absoluto silencio.
Lo que más me duele, más allá del hecho en sí, es ese silencio. El silencio de la política. El silencio de los medios. El silencio de la comunidad. Como si esto fuera algo normal. Como si el destino de más de 300 familias no nos tocara a todos.
Porque la verdad, y lo sabemos todos, es que sí nos toca. Nos toca al que tiene un almacén, al que vende carne, al mecánico, al que vende ropa, al que trabaja en gastronomía, al profesional de la salud, al que vende combustible. Todos estamos ligados, directa o indirectamente, al sueldo de los trabajadores de esta ciudad. Porque ellos son los que consumen acá, los que dejan su dinero en la provincia, los que mueven la economía local. ¿Qué va a pasar cuando más de 300 sueldos dejen de circular por Libertador? ¿Qué va a pasar cuando esas familias no puedan pagar? ¿Cuánto más nos va a doler?
No pretendo hacer un análisis político, ni buscar culpables. No es una cuestión partidaria. Lo que me nace es la necesidad de no quedarme callado, de alzar la voz, aunque sea desde este humilde lugar, porque lo que pasa es grave. Es preocupante. Y merece que todos, de una u otra forma, lo digamos.
No puede ser que se despida a gente con 30, 35, 40 años de trabajo sin siquiera mirarlos a los ojos, sin una palabra, sin una despedida digna. No puede ser que alguien que entregó su vida laboral reciba como respuesta una carta documento y un portazo. Eso, aunque sea legal, no es humano.
Escribo estas palabras con lágrimas en los ojos, porque no puedo dejar de pensar en cada una de esas personas. Personas que dejaron su vida entera dentro de esa empresa. Que sacrificaron tiempo con sus hijos, con sus parejas, con sus padres. Que muchas veces cambiaron cumpleaños por jornadas de trabajo, vacaciones por horas extras, domingos por turnos. Y ahora, después de haber dado tanto, miran hacia atrás y se preguntan: “¿Y todo esto para qué?”. Porque el tiempo no vuelve. Porque no hay indemnización que devuelva lo vivido. Y lo más doloroso es que muchos de ellos ni siquiera tienen una ventaja patrimonial que justifique todo ese esfuerzo. Sólo les queda el cuerpo cansado, el alma golpeada y la angustia de haber sido desechados como si nada.
Me duele profundamente que, en esta tierra de trabajadores, de esfuerzo, de lucha, estemos permitiendo que estas cosas pasen en silencio. Que nadie diga nada. Que la preocupación no nos movilice. Que el miedo o la costumbre nos paralicen. ¿Qué nos está pasando como comunidad?
Libertador es un pueblo de trabajadores. Siempre lo fue. Somos hijos del trabajo rural, del zafrero, del obrero que se levanta de madrugada, del que pone el hombro sin excusas, del que suda bajo el sol del ramal. Y sin embargo, hoy veo a mi pueblo en silencio. Paso frente al monumento al zafrero, ese que representa la historia y el sacrificio de nuestra gente, y lo veo apagado, triste, solitario. Como si también él estuviera llorando en silencio. Ese monumento no es sólo una escultura: es un espejo de lo que fuimos, de lo que somos, y ojalá de lo que aún podamos ser. Pero hoy, su silencio se parece demasiado al nuestro. Un silencio que grita ausencias, que duele, que interpela.
Hoy esos trabajadores están solos. Desempleados. A merced de la incertidumbre y del oportunismo. Y mientras tanto, el resto mira para otro lado, como si no fueran nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros familiares, nuestros conocidos. Como si no fuéramos todos parte de la misma historia.
Esta carta no es más que un grito contenido, una forma de no resignarme, de no acostumbrarme a ver cómo se apaga el futuro de nuestra gente sin que nadie diga una palabra.
A quienes me lean, sólo les pido una cosa: no dejemos de mirar a los ojos a quienes hoy sufren. No naturalicemos lo que duele. No aceptemos como normal lo que no está bien. Y sobre todo, no dejemos de ser una comunidad.
Porque esto también es defender a Jujuy.
Con respeto y tristeza,
Un ciudadano más
